top of page

El artista y la obra.

Cuando empiezo una nueva obra, me paso mas tiempo observándola que pintándola. Es el propio proceso perceptivo y analítico, donde sucede todo. No hay nada, solo un soporte, vacío, neutro, que necesita ser llenado, y que me llama para darle vida, forma, sentido, con carácter y determinación. En ese momento, yo mando sobre el lienzo, la superficie tiene un motivo, e irremediablemente, desde la primera pincelada, algo me dice que no hay vuelta atrás.

El tiempo se vuelve etéreo, olvido incluso mi propia existencia. Sueño, en todo y en nada, en la luz y en la oscuridad. En los velos que intentamos descubrir día a día, y que, nos hacen sentir y reaccionar, ante las situaciones que menos entendemos. Focalizo las líneas, en una composición armónica, con colores y matices, dibujando un esquema físico del pensamiento.

Se hace tangible, empiezo a ver la realidad, ¿seguro?, aun no tengo muy claro si mi percepción es correcta, creíble, incluso demostrable, pero entonces, y después de un largo análisis visual, una última ráfaga le hace abrir los ojos, le impulsa, al igual que un recién nacido cuando llora por primera vez. Es ese momento mágico e indescriptible, el que me hace comprender que todo ha terminado.

Entonces, respiro profundamente, mis ojos empiezan a relajarse y, a través de ellos, mi cuerpo y mi mente, me piden necesariamente, protegerla, dejarla descansar, respirar, en definitiva, vivir. Solo queda, la obra.


bottom of page